A veces nos asusta el conflicto y queremos evitarlo a toda costa. Razones puede haber varias, pero principalmente tendemos a asociarlo con rupturas, peleas, violencia, guerras y dolor. Siendo así, es entendible que busquemos evitarlo, claro está, partiendo de la idea de que no tenemos rasgos masoquistas. Quisiera ahora invitar a ampliar esas asociaciones, y para ello, proponer una pregunta ¿Acaso hay registro en la historia de la humanidad que nos hable de una época sin conflictos, y puntualmente sin guerras? Diana Uribe, una historiadora que adoro (muy recomendada si no la han escuchado), comenta en uno de los episodios de su podcast que no solo los conflictos bélicos han estado muy presentes en toda nuestra historia como humanidad, sino que tienen un impacto y una importancia tan grande, que marcan muchas veces, el paso de una “era” a otra, determinan el curso de sociedades o civilizaciones enteras, o impulsan los grandes avances científicos o revoluciones a nivel industrial. Con esto, desde luego, no quiero proponer una visión positivista acerca de la guerra. La guerra es, sin duda, causante de las grandes desdichas y dolores que miles y millones de personas han vivido, y debemos como sociedad evitarla a toda costa. No la creo necesaria. Pienso que tales avances y aprendizajes podrían ciertamente darse a partir de otras dinámicas como sociedad.
Algo diferente podría decirse del conflicto, pues no necesariamente el conflicto es guerra. No necesariamente el conflicto deriva siempre en los demás sustantivos listados al principio de este texto (rupturas, peleas, violencia y dolor). Sí, que lo asociemos a ello no es gratuito, pues efectivamente, y la mayoría de veces, logramos como seres humanos que el conflicto desemboque en todo ello, pero eso no quiere decir que deba ser así, o que la violencia y el conflicto sean en realidad sinónimos. Aquí surge otra pregunta, a mi parecer muy interesante: ¿Es posible una vida humana sin conflictos? Mi experiencia me dice que no. Puede parecer triste y pesimista el juicio, pero creo que el conflicto viene con la naturaleza más básica de nosotros los seres humanos. Además, no faltan ocasiones para entrar en él: el choque con tu pareja, con tu vecina, con tu jefe, con tus familiares, con tu entorno, con tus compañeros, con el carro, con la moto, con tu mascota, o incluso, y muy usual, el conflicto contigo mismo. La causa de esto posiblemente no es solo una, pero podría pensar en una tan natural como nuestra respiración, y que me ayudará a conectar con el propósito central de este texto: Somos diferentes. Somos diversos. Tenemos miradas diferentes, opiniones diferentes; somos individuos viviendo cada quien un mundo a su manera, y naturalmente, esto puede producir todo tipo de choques. No hay manera y desde esta mirada, de que haya una vida sin conflicto.
¿Y si es tan natural, por qué no aprender a vivirlo, a gestionarlo, a crecer a partir de él? Si yo dijera que busco para mis hijos un colegio en donde no les dé el sol, seguramente me tildarán de sobreprotector o incluso, de demente. Y no es para menos. Curiosamente, no pasa lo mismo cuando una familia busca espacios libres de conflicto para sus hijos ¿Por qué? ¿Es también algo demente? No seamos tan duros y pensemos bien. Quizás la razón detrás de ello es la asociación ya mencionada que hacemos de sinonimia entre conflicto y violencia. Me gusta creer que es así, y claro, nadie quiere un espacio violento para sus hijos. Muy entendible, defendible e ideal. ¿Pero y el conflicto no violento? ¿Lo escogerías para tus hijos? El conflicto, cuando se aborda de manera consciente y formativa, nos permite fomentar habilidades críticas de gran importancia para la vida, como lo es la resolución de problemas, la empatía, la negociación, la inteligencia emocional, relacional, e interpersonal, por mencionar solo algunas. No solo es un despropósito desear un colegio libre de conflicto, sino que, en cierto grado, es un imposible.
Sí, a través de una estrategia coercitiva, que incluya el miedo a las consecuencias, a la autoridad o al castigo, puedes lograr que conductualmente el conflicto no aparezca (o más bien, que permanezca oculto). Pero hay quienes creemos que, en realidad, no estás haciendo mucho, salvo alejar a tus hijos o estudiantes de los aprendizajes derivados del conflicto mismo. Ah, y claro… contarte la mentira (y creértela), de que tienes estudiantes o hijos no conflictivos o violentos. ¿Quieres eso? ¿O quieres acompañar el desarrollo de personas que aprendan del conflicto, lo gestionen, lo separen de los reflejos violentos y crezcan a partir de ello? Entender el conflicto es entender el mundo desde una mirada humanista. Vivirlo de esta manera es, además, una apuesta a la formación ética de la persona. Un mundo en paz, una sociedad como la que soñamos, no se construye sabiendo disimular o esconder nuestros reflejos violentos; se construye a partir de conocernos, de sabernos con nuestra luces y sombras, de vivir éstas en la relación con el otro, y tomar decisiones constructivas al respecto.
El conflicto nunca ha sido el problema. El problema es no saber vivirlo. No privemos de esa oportunidad a nuestros hijos e hijas, a nuestros estudiantes. ¿Qué tan cerca estamos de abrirnos a la realidad inevitable de una vida con conflictos? ¿Qué tantos colegios están hoy dispuestos a considerar el conflicto como una herramienta de desarrollo humano de sus estudiantes? En el Colegio Montemorel decimos sí. ¿Les ganará a otros el impulso de esconderlo, negarlo, para pintar unicornios, estrellas y un arcoíris en sus reuniones de admisiones? Quizás. O quizás también, no menos triste, les siga llamando la atención mantener y crear un entorno en donde los adultos, y exclusivamente ellos, diriman y decidan sobre todo conflicto. Dejando así con las manos vacías a niños, niñas y jóvenes que saldrán con menos y menos herramientas para vivir el mundo real.
Diego Fernando Pinzón
Director de Desarrollo Humano